miércoles, 29 de junio de 2011

Un tablero peculiar


Plaza de la Solidaridad, ubicada entre las avenidas Juárez y Balderas y el corredor peatonal Doctor Mora, a un costado de la Alameda Central, en la delegación Cuauhtémoc, es el escenario que cada fin de semana acoge a decenas de jugadores de ajedrez.

Este sábado 11 de junio no fue la excepción, alrededor de las 16:30 hrs. señores y jóvenes daban comienzo a sus partidas, el ambiente se tornaba agradable pese al caluroso día, las ganas de jugar disfrazaban las insuficiencias que el lugar por su naturaleza ofrece, tan sólo banquetas y un par de jardineras son lo que hacen posible que aquel recinto se convierta en la plaza del ajedrecista.

Recorriendo las “mesas” de encuentro se escuchaba a los observadores aconsejar sobre los movimientos, en otras el juego era un aprendizaje, pues se tenía el libro en mano para adoptar ciertas estrategias de duelo, en aquel tablero en el que se enfrentaba algún señor con un joven se le oía al adulto decir que nunca pensaría que aquel chico estuviera a su nivel y que además este último le ganara; el momento se amenizaba con risas y uno que otro chascarrillo, los competidores se daban tiempo para fumar un cigarrillo o bien tan sólo para descansar y luego encarar a su próximo contrincante.

Mientras tanto, en el lugar rondaba un vagabundo que con muestras de interés se acercaba a una y otra de las mesas de juego, tras unos minutos se aproximó a aquélla en la que un par de jóvenes leían sobre estrategias de ajedrez y con cierta decisión les preguntó ¿Quién de ustedes juega mejor? a lo que desconcertados asentaron que sólo estaban practicando, la respuesta no le satisfizo, pues argumentó que lo quería saber para enfrentarse a él, viéndose en la necesidad de continuar la práctica uno de ellos le negó el juego de manera sutil, diciéndole que aquel señor jugaba muy bien.

El vagabundo titubeó por un momento en desafiar al señor, quizá las canas que éste poseía le fueron imponentes al mostrarse portadoras de experiencia, al aproximarse sólo miró atentamente la partida que se presentaba sin pronunciar una sola palabra. Sin embargo, no tardó en tomar la decisión de solicitar el juego, esta vez la respuesta fue simplemente ignorarlo.

El momento incitaba a aquel vagabundo a vivir la travesía que el ajedrez brinda, no podía alejarse de tal pensamiento teniendo enfrente el deleite de tableros, observaba y sólo eso podía hacer, pero el instante no podía quedarse así, el andar del personaje desprendía desencanto, su mirada que por un tiempo se notó perdida fue la misma que encontró lo tan buscado, aquel adoquín cuadricular fue su aliado, tenazmente corrió a traer piedras, mismas que ocuparían el lugar de ese Caballo que por fin se hacía presente, o bien de la Reina que tanto deseó tener entre sus manos.

La comparativa con los demás tableros mientras acomodaba las amorfas piezas era constante, algo llamó su atención y es que se dio cuenta que el número de peones no cuadraba y que su competidor no llegaba a la cita, el juego no se pudo efectuar, el coraje invadió a nuestro personaje haciéndolo patear sus tan preciadas piezas y desapareciendo en ese momento aquel peculiar tablero.

Mayra Salinas

martes, 28 de junio de 2011

Reseñas de libros: Asesinos

ASESINOS

Ernest Miller Hemingway, nació en Oak Park, en 1899. Narrador estadounidense cuya obra, considerada ya clásica en la literatura del siglo XX, ha ejercido una notable influencia tanto por la sobriedad de su estilo como por los elementos trágicos y el retrato de una época que representa. Recibió el premio Nobel en 1954. Se suicido en Ketchum en el año 1961.

Escribió varios cuentos y novelas entre las que destacan: Fiesta (1926), Adiós a las armas (1929), Muerte en la tarde (1932), La verdes colinas de África (1935), Tener o no tener (1937), Las nieves del Kilimanjaro (1953), El viejo y el mar (1952), entre otras más.

El cuento de “Los asesinos”, narra la historia de dos hombres, los cuales van en busca de otro, de nombre Ole Andreson, a quien buscan desde un restaurante del pueblo, los dos hombres con actitud sospechosa son mal vistos por los comensales que frecuentan el lugar. La pretensión de los asesinos era matarle mientras comía, sin embargo, esto se les complica al tener que hacer la parada en el local de comida. Comienzan a pedir sus alimentos pero ante de la negativa de que la cena se sirve a las seis dejan ver su molestia al hacer comentarios con respecto del lugar y del servicio que se les brinda.

-El reloj marca las cinco y veinte -dijo el segundo hombre.
-Adelanta veinte minutos.
-Bah, a la mierda con el reloj -exclamó el primero-. ¿Qué tienes para comer?
-Puedo ofrecerles cualquier variedad de sándwiches -dijo George-, jamón con huevos, tocineta con huevos, hígado y tocineta, o un bisté.
-A mí dame suprema de pollo con arvejas y salsa blanca y puré de papas.
-Esa es la cena.
-¿Será posible que todo lo que pidamos sea la cena?
-Puedo ofrecerles jamón con huevos, tocineta con huevos, hígado...
-Jamón con huevos -dijo el que se llamaba Al. Vestía un sombrero hongo y un sobretodo negro abrochado. Su cara era blanca y pequeña, sus labios angostos. Llevaba una bufanda de seda y guantes.

Los dos sicarios ante la amenaza de ser capturados por los clientes del lugar, logran ganarles terreno a los clientes y amigos de Andreson cuando desenfundan las pistolas y comienzan a amenazar a la gente del restaurante, puesto que amarran al cocinero el negro Sam y al dueño del lugar mientras, el más joven de los clientes corre a avisarle a Andreson que lo van a matar.

Los tipo están nerviosos pues más clientes acuden al lugar, uno de ellos exige se le prepare la cena, sin embargo, argumentan que el cocinero está enfermo. Nick y Al, los asesinos, salen del lugar en busca de Andreson al llegar a la casa se topan con la casera. Ambos sujetos logran entrevistarse con Ole Andreson, pero lo ven en su cama, y no soportan verlo ahí sabiendo que lo iban a matar, los tipos salen de del cuarto. Despidiéndose de la quien cuida del lugar.

-No quiere salir.
-Qué pena que se sienta mal -dijo la mujer-. Es un hombre buenísimo. Fue boxeador, ¿sabías?
-Sí, ya sabía.
-Uno no se daría cuenta salvo por su cara -dijo la mujer. Estaban junto a la puerta principal-. Es tan amable.
-Bueno, buenas noches, señora Hirsch -saludó Nick.
-Yo no soy la señora Hirsch -dijo la mujer-. Ella es la dueña. Yo me encargo del lugar. Yo soy la señora Bell.
-Bueno, buenas noches, señora Bell -dijo Nick.
-Buenas noches -dijo la mujer.

El tipo de narrador en el cuento es testigo, el tiempo de la narración esta en pasado, el manejo del tiempo es lineal. El texto tiene un lenguaje en diálogos lo que lo hace más fácil de leer, ya que da una lectura rápida y concreta, como el estilo de Hemingway, quien anteriormente fue periodista lo que se refleja en su estilo de oraciones cortas y concisas, dándole un toque más ameno a la lectura. Según la escritora Gertrude Stein, este escritor pertenecía a la “generación perdida”, la autora consideraba que habían terminado con una tradición literaria más sobria y con un estilo más de acuerdo a la época de los años 20. De ahí que se le considere miembro de esta corriente.

La mayoría de la obra de Ernest Hemingway es muy buena en general, es muy recomendable para leer, como ya se mencionó arriba su obra cuenta con el estilo periodístico de las frases cortas en comparación con William Faulkner, quien hacia oraciones tan largas como se dieran en cada una de sus obras.

Hemingway, Ernest, El viejo y el mar, “Los asesinos”, México, Grupo Editorial Tomo, 2003, pp. 117—127.



EDUARDO RIVERA

Ciudad de México

Ciudad de México
la noche