miércoles, 14 de diciembre de 2011

Extraños visitantes



¡Qué tal mi estimada prole!... es decir, pueblo, ¡no!, audiencia conocedora de lo bueno, no se vaya usted a creer que soy de ésos que andan definiendo a la gente por reírse de un evento realmente cómico y absurdo; si usted es capaz de leer a este humilde narrador parlanchín, créame, tiene un lugar en mi corazón.


Pero no me lo vaya a tomar a mal —no es que yo esté diciendo como vivir su vida—, pero por favor —se lo ruego—, haga caso a mi consejo: no tome su Sukrol con leche, no hace efecto y luego uno anda metiendo la pata y la familia hasta le anda ayudando a embarrarse más.


Bueno me estoy desviando del tema del que hoy les voy a contar, fíjese mi adorado que cumplí mi amenaza de volver a la pista de hielo que se encuentra en el mero corazón de esta hermosa —y, como dije la vez anterior: sobrepoblada— Ciudad de México.


Figúrese usted que estuve ahí en las gradas por un tiempo casi indeterminado —la verdad fueron como 15 minutos… en lo que terminaba mi helado de $20—, pero ya no sabía ni adónde mirar, a cualquier lado que fisgaba: gente y más gente, y del otro lado: demás gentío.


El caso mi estimado es que estuve muy cerca de morir, asfixiado entre tanta parentela, —me refiero a la sangre chilanga que todos tenemos corriendo por las venas, no me vaya usted a malinterpretar— y sobre todo por la desesperación y ansia de encontrar a mi enemigo, hasta que encontré un buen lejos1 —créame muy, muy lejos— de un jovencillo fuerte.


Porque será el sereno y la tía de las muchachas pero la impresión que me dejó aquel jovenzuelo fue que practicaba algún deporte pesado, y posiblemente podía correr por las mañanas para aumentar su condición física. Además de que tenia la complexión particular de mi antagonista, que debe tomar dos que tres pastillas para agrandar el músculo —bueno, no me vaya a creer lo último, quien soy yo para juzgar a la gente.


El fin de esta nueva anécdota, mi querido(a) lector(a) es que me le acerque lo más sosegado posible, sin saber lo que más tarde le habría de pasar a mi queridísima persona; pues estaba a punto de llegar a donde estaba el adolescente musculoso, y sin percatarme de las miradas que me seguían a cada paso, me fui acercando delicadamente al joven.


La primera cosa que le dije fue: “disculpe por molestarlo, joven, pero, ¿sería tan amable de decirme dónde reside?”, por supuesto que el fornido chico me miró con una cara de sorpresa y curiosidad, pero yo fui el que salió más confuso de aquella conversación, ya que no me lo esperaba.


Me respondió con un acento muy particular y una aguda voz, como si la parte de la entrepierna la tuviera muy ajustada —para que usted, leyente, se haga a la idea de la sutil voz—, me respondió “¡ay, querido!, ¿qué, acaso ni un cafecito?”. Pues así fue que la confusión que me invadió, me incitó a mover los pies y patinar para poder salir de aquel alejado lugar donde se encontraba el robusto extraño.


Pero lo que le contaré enseguida, mi estimado, es sólo algo que quedará entre nosotros —es decir, usted y yo—. Pues verá, me sentí completamente ultrajado, ya que el joven me manoseó toda mi parte trasera debajo de la espalda y diciendo con esa vocecita “mínimo despídete.” Y se fue patinando a toda prisa, me sentí como el objeto de burla de algunas personas que vieron tremenda escena. Pero preferí salir corriendo de ahí y no regresar jamás.


Pero a la mañana siguiente, cuando competía nuevamente con mi contrincante mañanero, decidí volver a visitar a tan tremendo hielo colocado en la plancha de la ciudad. A ver qué nos espera para la próxima.


Sin más que contarle hasta el momento, me despido mi queridísimo, estimado y amado público.


1. De acuerdo con la Fundación del Español Urgente México (Fundéu México), basándose en la Real Academia Española; un buen lejos se refiere: Vista o aspecto que tiene alguien o algo mirado desde cierta distancia. http://goo.gl/HbSmg


Atentamente: Jeh


Autora: Adriana Hernández Nieto

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