lunes, 19 de septiembre de 2011

Historias del reino vencido


Xicoténcatl el joven


Nauseabundo y atolondrado, así estaba yo, con la cabeza recargada sobre una taza en un pequeño baño. Sin duda no sabía en dónde estaba, qué hora era o cómo es que terminé ahí tirado, al pararme me di cuenta que mi camisa estaba arruinada, llena de hoyos y manchas de sangre; intenté ver la hora, pero eso no fue posible, mi celular y reloj seguramente habían sido robados, y por si fuera poco me faltaba un calcetín.

—¿Pero qué carajo? —me pregunté completamente intrigado.

Limpié el espejo y me vi reflejado, un tanto pálido, con ojeras y un rasguño en la cara que empezaba debajo de la oreja y cruzaba todo el cachete. Salí del baño para ver en dónde me hallaba o qué era lo que estaba pasando. Lo único que encontré fue un bar de mala muerte con a lo mucho cuatro personas bebiendo en la barra, la noche ya caída y la oscuridad de la calle me dejaba ver que sin duda pasaba de la media noche.

—¿Ya vas a pagar lo que hiciste a te vas a vomitar de nuevo? —me dijo el cantinero que se veía no había dormido en semanas.

—¿Lo que hice? Pero si no se en dónde estoy, esto debe ser un error, de hecho… creo que me asaltaron, no tengo ni mi celular, ni mi reloj, ni mi cartera, llama a la policía por favor…

—Jajajaja —soltó una carcajada el cantinero— Si tú mismo has empeñado esas cosas para pedir otros cartones de cerveza.

—¿Cómo dices? ¿Otros cartones? ¿Pues cuantos pedí…?

—Deja de hacerte el graciosito y págame ya esos tres cartones y dos botellas que me debes. Los señores que venían contigo dijeron que tú me pagarías.

—¿Señores? ¿Qué señores, cuantos eran?

—¿No te acabo de decir que ya se fueron? Eran cuatro señores, por cierto de muy mala calaña, pero eso a mí no me importa, ¡págame y lárgate!

En ese momento mi corazón palpito rápidamente, pues no me juntaba con señores, o si acaso mi padre.

La puerta del bar estaba abierta pues uno de los señores, el más viejo, salió corriendo a la entrada para vomitar. En ese momento sin pensar y sin decir nada corrí hacia la salida, corrí lo más rápido que pude hasta salir del bar.



Todavía dando vuelta en la esquina se escuchaban los gritos del cantinero:

—¡Maldito ratero borracho hijo de puta! ¡Págame!

Una sensación muy rara recorría todo mi cuerpo, un éxtasis que me hacía estallar los sentidos. Uno a uno veía pasar los coches, las luces me cegaban y el sonido me aturdía como una chicharra sonando en mis orejas. Llegué a una calle bastante amplia aunque muy poco concurrida por el tráfico, y ahí fue donde pude recargarme en un auto, respirar tranquilamente y darme cuenta de que es lo que estaba pasando.

Sin duda estaba bajo los efectos de una droga o demasiado alcohol, pero como fuera no podía controlar mis sentidos, sobre todo no podía dejar de ver el movimiento de las cosas por poco que fuera, el cansancio me estaba matando, me sentía como si hubiese estado corriendo todo el día. Cinco minutos de descanso y me voy, me dije a mí mismo.

Me senté en el piso, abracé mis piernas y recargué mi cabeza sobre ellas. Los ojos se me empezaban a cerrar, pero vaya que era una sensación extraña, me sentía como otra persona, en otro lugar y otro momento, el sueño me había abrazado y me estaba cobijando de la noche fría.

Hoy 5 de Septiembre de 1519 nos levantaremos en armas, lucharemos contra los españoles, y a lo mejor será una lucha desigual, pero nosotros dejaremos huella, y al pasar los siglos la gente nos recordará y celebrará nuestro sacrificio. Así dijo “Xicoténcatl Él Joven” la tarde antes de partir a combatir a los españoles.

A pesar de la frialdad con la que los peninsulares devastaban a los suyos, Xicoténcatl no vaciló en decirles: no mataremos a ningún español, los tomaremos prisioneros a todos, y si es menester los procuraremos, estableció las reglas.

Poco a poco caían los guerreros Tlaxcaltecas, a causa de la pólvora española, peninsulares eran sometidos por indios sólo con ayuda de un escudo y piedras. Y es por eso que a pesar de ser derrotados por segunda vez más que por lo que lograran como ejército, dejaron gran enseñanza como guerreros.

Un disparo estremecedor y un quejido me hicieron abrir los ojos de sopetón y al momento de alzar la mirada hacia la pared, fue ahí cuando lo vi, él guerrero tlaxcalteca con su escudo y su espada, siempre cauteloso. “Xicoténcatl Axacacatzin”, o mejor conocido como “Xicoténcatl el Joven”, su imagen estaba impregnada en una pared.


Javier Rubio

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ciudad de México

Ciudad de México
la noche