martes, 18 de octubre de 2011

Paraísos citadinos: Xicoténcatl II


“El hombre no es dueño de la naturaleza, es parte de ella”

Salir de casa es salir de nosotros mismos, sentimos que somos uno más en esta ciudad, nuestra identidad parece perderse dentro del metro, en el micro, en el trolebús o simplemente caminando por la calles de esta gran urbe, caminamos rápidamente para encontrar a los amigos, para llegar a la escuela o simplemente para no estar afuera donde a los demás no les interesamos.

Llego a un lugar llamado Xicoténcatl, es un parque cerrado, entro a este lugar y todo parece perder sentido, me encuentro en un lugar que se encuentra dentro y fuera al mismo tiempo. No importa, me siento seguro… tranquilo. Veo en un instante a muchos perros corriendo y jugando unos con otros, sus amos paseando tranquilamente, voy siguiendo el camino hecho de troncos y veo un kiosco, en él se encuentra una familia haciendo los preparativos para una fiesta. Más adelante me encuentro a una pareja disfrutando de los arboles y plantas a su alrededor.

Los arboles de aquí son protectores, impiden que lo que se encuentra allá, afuera perturbe la serenidad que provoca este lugar. Sigo caminando y me doy cuenta que hay muchos caminos formados, no lo pienso mucho y me giro a la derecha, veo a un grupo de chavos platicando, decido después darme vuelta hacia la izquierda, y conforme avanzo escucho con más claridad el sonido de un saxofón, cada paso me lleva más cerca de aquel señor que con tanta calma deja de tocar entre cada canción, me detengo y me siento en una piedra cerca de aquella persona. Cierro los ojos y disfruto cada nota que sale del instrumento.

Después de estar algunos minutos que parecieron horas me retiro de aquella piedra y de nuevo sigo los caminos que tiene el parque, veo una fuente y una ardilla en un árbol; se acerca a mí con cautela, creo que busca comida, se acerca cada vez más y se va sin obtener lo que esperaba. Llego a otra parte donde hay varios chavos practicando esgrima, recuerdo que me están esperando, tengo que partir de ahí, voy hacia la entrada y veo a unas señoras practicando tai chi, pasan cerca unos perros persiguiendo una ardilla y las señoras no dejan de concentrarse en sus movimientos, pareciera que los demás no existen, sólo ellas.

Llego con mis amigos y veo que están leyendo, me detengo y me pongo a escuchar atentamente. Me siento en paz. Todos los presentes aquí lo están, no importa lo que sucede afuera, aunque se vean los autos, no importa cada espacio ocupado, ninguno es perturbado por algo más. Nos encontramos envueltos en este lugar. Nos permite estar dentro de nosotros.

Por: Jesús Islas

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